Columna de opinión
Francisco Alburquerque, Asesor Técnico Regional del Programa ConectaDEL, FOMIN/BID
Desde hace algunos años se asiste a un interés creciente por la descentralización y el desarrollo local. Ambos temas están pasando progresivamente de la agenda reivindicativa o paliativa, a su incorporación en las propuestas políticas de desarrollo de los diferentes gobiernos. La entrega de mayores competencias a las administraciones territoriales permite adecuar las diferentes políticas a las necesidades locales, logrando de ese modo maximizar su impacto. Asimismo, con ello se amplía el conjunto de políticas empleadas, según las oportunidades de las diferentes regiones y territorios.
Los Sistemas Regionales de Innovación (SRI) están siendo objeto de atención por su relevancia como unidad de análisis e intervención para el desarrollo territorial. Su atención se centra en la identificación de los factores impulsores de la capacidad de innovación territorial, a fin de diseñar las actuaciones de política de innovación en los territorios. La estrategia de los SRI se basa en el enfoque del Desarrollo Territorial, en el intento de impulsar la capacidad innovadora local basada en la colaboración entre los actores involucrados en dicho sistema, fomentando el desarrollo de las habilidades locales específicas y las sinergias entre las organizaciones e instituciones territoriales.
Un Sistema Regional de Innovación puede definirse como una red de instituciones públicas y privadas cuyas actividades e interacciones permiten incorporar, modificar o divulgar nuevas innovaciones en los ámbitos de la tecnología, la organización y la gestión, así como la innovación social y ambiental en una determinada región.
El Sistema Regional de Innovación es un elemento fundamental del Sistema Nacional de Innovación de cualquier país, el cual no refleja nada más que un panorama general de la situación a grandes rasgos, pero no expresa las diferencias existentes en las diferentes regiones. Se puede hablar, asimismo, de “Sistemas Locales de Innovación” cuando hay empresas, entidades e instituciones de apoyo (públicas y privadas) que interactúan generando y utilizando el conocimiento en un ámbito local determinado.
En la teoría económica tradicional, la reflexión sobre los factores impulsores de la innovación se consideró una variable exógena al funcionamiento económico. Hasta mediados de los años 70 del siglo XX el enfoque neoclásico consideraba la tecnología básicamente como información que se producía por instituciones de investigación externas al sistema económico. Asimismo, esta perspectiva tradicional consideraba la innovación como un proceso lineal o secuencial, que avanzaba desde la inversión en Ciencia y Tecnología básica para llegar hasta la aplicación de las innovaciones en los mercados. Todavía esta idea parece estar presente en el imaginario colectivo de muchas personas e instituciones.
Las políticas basadas en este modelo lineal se orientaron hacia la generación de innovaciones mediante la creación de centros de investigación, el apoyo a las actividades de Investigación y Desarrollo (I+D) básica para tecnologías claves, y la financiación directa de actividades de investigación empresarial.
Sin embargo, desde mediados de la década de 1980 se ha ido imponiendo un modelo alternativo que subraya la importancia de la interacción continua entre los diferentes actores (empresas, sector público y sector de conocimiento, fundamentalmente) a lo largo de todo el proceso de innovación y comercialización de sus resultados. De acuerdo a este modelo interactivo de la innovación, la capacidad innovadora se basa también en el “saber haber” y tiene una dimensión contextual (territorial) y acumulativa.
La transferencia de tecnologías se refiere, pues, no sólo a temas tecnológicos estrictamente hablando, sino a los aspectos organizativos, ambientales, sociales e institucionales. Se trata de un tema complejo, donde la innovación es un proceso dinámico e interrelacionado, con efectos de retroalimentación continuos, que se desarrolla en un contexto cambiante en el cual los actores reaccionan –a su vez- ante los diferentes cambios de dicho contexto.
Como vemos, es importante dotarse de una concepción amplia de la innovación, que incluya no sólo las innovaciones tecnológicas, sino las innovaciones organizativas e institucionales, referidas tanto a la producción como al comercio y consumo, incluyendo asimismo las innovaciones sociales y ambientales.
El conocimiento no es sólo información codificable y explícita, ya que contiene un componente importante de conocimiento tácito o contextual. Este conocimiento tácito se encuentra en las habilidades adquiridas en la práctica por las personas, y en los procedimientos de las organizaciones, así como por las redes que conectan a las empresas y organizaciones entre sí y con el contexto institucional del territorio donde se encuentran. Este conocimiento de carácter tácito o contextual sólo puede transmitirse mediante una interacción directa (“cara a cara”) entre actores o socios que comparten determinadas convenciones y normas, así como elementos de identidad y confianza en un determinado territorio. Por ello, el conocimiento tácito depende de relaciones que favorecen la interacción y proximidad de los actores involucrados.
Puede distinguirse una proximidad física, relacionada con la cultura y valores compartidos y una proximidad organizativa, ya que el aprendizaje colectivo puede tener lugar a través de redes organizativas y relaciones entre distintos territorios. De hecho, las “comunidades de aprendizaje” son instituciones de este segundo tipo, compuestas por actores que voluntariamente se vinculan entre sí a través de interacciones y actividades frecuentes, basadas en un conjunto de conocimientos similar y en el aprendizaje mutuo a partir del intercambio de sus experiencias prácticas.
Como vemos, tanto el conocimiento como los procesos de aprendizaje se caracterizan por su elevada relación con el territorio. El carácter localizado del conocimiento, junto a los efectos derivados de las economías de aglomeración, explican el fuerte proceso de concentración y especialización territorial que se observa en el funcionamiento de las economías. Pero el factor clave no es sólo el conocimiento sino la construcción colectiva de una capacidad de aprendizaje para la innovación basada en la calidad y la sostenibilidad medioambiental que es, sin duda, nuestro gran reto presente y futuro.