Este escenario se repite todos los días en cada ciudad del mundo: gente mayor, cuyas piernas no andan tan bien como antes, suben lentamente y con cuidado al transporte público y antes de que puedan encontrar una silla, los vehículos arrancan con prisa, dejándolos tambaleándose o a veces en el piso. Esta es una de las principales razones por las que los adultos mayores se desvinculan cada vez más de la sociedad a medida que van envejeciendo.
Pero gracias a la data y el diálogo que han generado movimientos como Ciudades Globales Amigables con los Mayores—una campaña de la Organización Mundial de Salud que desde hace ocho años busca crear conciencia sobre la importancia de velar por la calidad de vida de los ciudadanos de edad más avanzada—los legisladores, los demógrafos, y los gerontólogos son cada vez más capaces de crear mejores condiciones para que la gente mayor no solo esté más cómoda sino también sea más productiva.
Consideren, por ejemplo, todo lo que una persona mayor pudiera hacer si solo se sintiera seguro o segura en su trayecto al trabajo o a sus actividades de voluntariado. Silvia Gascón, una experta en estos temas originaria de La Plata, Argentina, ha pasado años investigando esta posibilidad. De hecho, algunas de sus recomendaciones fueron publicadas este año en la versión actualizada de Active Aging: A Policy Framework, una publicación que fue presentada el pasado mes de octubre en el Tercer Foro sobre la Longevidad en Rio de Janeiro, Brasil. “El concepto de vejez activa está basado en la idea de que la gente mayor es un recurso; no solo son beneficiarios de políticas públicas,” dijo Gascón, quien dirige el Master en Gerontología en la Universidad Isalud en La Plata.
Gascón señala con orgullo que, desde hace mucho tiempo, La Plata ha puesto en marcha campañas de vejez activa que buscan mantener a la gente mayor trabajando y produciendo por más tiempo, a fin de ayudar a la economía, a sus familias, e incluso darles una perspectiva más esperanzadora hacía el final de sus vidas. En 2002, Gascón ayudó a La Plata a implementar fondos del gobierno japonés y del Banco Interamericano de Desarrollo para formar La Red Mayor, una red local de clubes sociales, periodistas y organizaciones científicas dedicadas a hacer la ciudad más habitable para las personas en sus años dorados. Así fue que la ciudad empezó a recoger data sobre qué aceras están rotas, sobre la práctica de muchos conductores de autobuses que no toman en cuenta a los ancianos y minusválidos, y sobre qué parques carecen de bancos para sentarse. De repente, una población que tiende a ser muy desconfiada ante el sistema democrático comenzó a organizarse para hacer demandas concretas, explicó Gascón.
Hoy en día muchas ciudades son más conscientes al momento de decidir sobre la colocación de bancos y otros lugares de descanso para las personas de edad avanzada en los espacios públicos. Hay más énfasis en la reparación de las aceras y en la seguridad de los peatones, y los conductores de autobuses son más respetuosos. En ciudades como Río de Janeiro, los planificadores han logrado llenar playas como Ipanema y Copacabana—destinos populares para visitantes mayores—con pequeños gimnasios al aire libre que animan a la gente a mantenerse activos y estar orgullosos de sus cuerpos a cualquier edad.
Playas amigables con los mayores: gimnasio al aire libre en Ipanema, Rio de Janeiro
Estos cambios estructurales podrían inspirar barrios urbanos más accesibles y son el primer paso para un diálogo sobre cómo hacer más sostenible la vida urbana. Para Gascón, esto puede ayudar también a que las relaciones familiares se vuelvan más flexibles. Tradicionalmente, los padres y los abuelos asumen la responsabilidad de la crianza con la expectativa de que sus hijos y nietos eventualmente cuiden de ellos, muchas veces, en la misma casa que heredarán algún día. Si la gente mayor prolongara su estancia en el mercado laboral y estuviera más informada sobre cómo vender sus propiedades, tendrían más opciones para ayudar a sus hijos y para cuidar de sí mismos.
Este estilo de vida requiere recursos que podrían provenir de los impuestos, explica Gascón. Eso no sólo significa retrasar la edad en que uno puede sacar provecho de las pensiones públicas, sino que también implica la creación de programas de asistencia pública que faciliten la compra y venta de bienes de la gente mayor, así como becas para personas mayores que necesiten de formación adicional para permanecer en el mercado laboral. “Después de los 60 tienen que haber nuevas oportunidades educativas,” dijo Gascón. “Si no, ¿de qué manera podemos garantizar la inclusión de los adultos mayores si no saben usar el correo electrónico o Power Point?”
Sin embargo, muchos adultos mayores no están dispuestos a tomar un curso de este estilo por internet. Por ello, los grandes centros urbanos deben contar con autobuses y otros medios de transporte que se muevan a su ritmo, con conductores que tomen el tiempo de mirar si hay peatones cruzando la calle, con aceras libres de obstáculos, y con bancos y otros lugares de descanso.
Al igual que todos nosotros, Gascón aspira a estar cómoda en sus últimos años. Aunque eso implica sacar provecho de su pensión eventualmente, ella espera que sus investigaciones sobre el envejecimiento activo ayuden a que el proceso se vuelva más dinámico. “Finalmente hemos entendido que el envejecimiento no se trata del balance entre la auto-suficiencia y la geriatría, sino que es producto de la sociedad como un todo. Todo el mundo tiene que colaborar para asegurarse que las personas mayores puedan sentirse incluidas y participar sin barreras—tanto las arquitectónicas como las culturales.”
Fuente: http://blogs.iadb.org/