Monseñor Pablo Lizama: Las familias antofagastinas tienen mucha dificultad para salir adelante por el sistema de trabajo por turnos y el alto costo de vida

Entrevista al Gran Canciller de la UCN

En el mes de enero Monseñor Pablo Lizama, arzobispo de Antofagasta y Gran Canciller de la Universidad Católica del Norte, presentó su renuncia al Papa Francisco, tras 12 años de trabajo ininterrumpido. Lo anterior se debe a una enfermedad que lo aqueja hace años.

Fue recientemente nombrado Hijo Ilustre de Antofagasta, reconocimiento que se le realizó en el último aniversario de la ciudad por su gran labor pastoral en sus años de servicio a la región.

Conversamos en esta oportunidad con Monseñor acerca de las problemáticas actuales, del rol de las autoridades en las soluciones y de su experiencia en la capital minera de Chile.

¿Cómo ha sido la experiencia de su trabajo en Antofagasta?

Ha sido un tiempo largo de 12 años, donde he podido ver cómo la Iglesia está trabajando con la sociedad civil de una manera muy coordinada, en cosas obvias que no interesan a toda la  sociedad; como son los más pobres, el trabajo o el estilo de vida familiar. He visto crecer y ayudarse mutuamente en el desarrollo de Antofagasta, con los medios que tiene una provincia y  una Iglesia de provincia, pero con una responsabilidad con la gente. Como pastor he visto cómo se realizan acciones en ayuda a los demás de manera solidaria.

 

Creo que ha sido una buena experiencia para mí. Siempre había estado en diócesis rurales donde hay una manera de vivir la fe muy intensa, una manera de misionar distinta a una ciudad minera como Antofagasta, pues acá la gente es menos expresiva en todos los aspectos, también en lo social y religioso.

 

¿Ha sido más difícil el trabajo por las particularidades de la región?

Sí, es más difícil, pero al mismo  tiempo más desafiante. Al ser una ciudad de paso, muchas familias se separan; el padre trabaja acá y su familia está en el sur. Es una ciudad muy particular. Como Iglesia vemos que es más difícil por el ritmo  de vida  que tienen sus habitantes. La gente de paso debe comprometerse más con la ciudad y sus problemáticas.

 

¿Qué nuevos temas cree usted que son importantes  abordar en Antofagasta?

Creo que un tema importante que se debe abordar en Antofagasta es la familia. Las familias antofagastinas tienen mucha dificultad para salir adelante por el sistema de trabajo por turnos y el alto costo de vida. Es muy importante retomar el tema de la familia. Hoy día es trascendental el tema de la educación, pero no tanto el sistema educativo ni gratuidad, sino que la educación que se entrega en la casa como los valores y las prioridades que uno debe tener en la vida. Hay familias que tienen autos lujosos y que sus hijos no se encuentran en buenas condiciones. Hay que enseñar a los hijos a saber comportarse, a respetar a los demás y también educar en valores cívicos.

 

Los papás muchas veces les dan todo lo material a los niños y no tienen límites. Creo que deben decirles que no en algún momento y que  aprendan a respetar a los demás.

 

¿Cree usted que nos cuesta vivir en comunidad? ¿Existe mucho individualismo?

Pienso que más que individualismo, estamos en la constante sospecha del otro. Vivimos muy desconfiados a causa de la violencia que existe actualmente. Uno está constantemente defendiéndose más que atacando a otras personas. Creo que el individualismo se ha transformado en temor y hay que vencerlo con solidaridad, amistad y conociendo a sus vecinos.

 

¿Se siente la desigual social y económica de esta región?

Se ve una gran desigualdad en esta ciudad, creo que los antofagastinos se han dado cuenta de los campamentos que existen en los límites de la ciudad. Ha habido un trabajo, también de la Iglesia, de mostrar que hay gente viviendo en condiciones muy rudimentarias. Un día sin agua para nosotros es pésimo, pero hay sectores que no tienen  agua en todo el año. La sociedad civil tiene que ver cómo va a apoyar a los campamentos, pero es evidente que estamos en una sociedad desigual.

Esto va unido a lo que decía antes de la educación en que se les enseñe a gastar bien su dinero y priorizar sus necesidades. Creo que nos da vergüenza la desigualdad porque va golpeando el alma de la persona que cree en el Evangelio al ver a hermanos tan dejados de la mano de Dios.

¿Cree que la autoridad ha respondido a estas problemáticas?

Sería vanidoso de mi parte juzgar a las autoridades, pero desde mi punto de vista de pastor, veo que hay interés por parte de ellos de ayudar en la solución de problemas sociales. Creo que han sido autoridades sensibles a las dificultades de la gente pobre y sienten la necesidad de ayudarlos. A algunos les ha resultado más concretar el apoyo  y a otros no tanto. Estoy en contacto con las autoridades y ellos tienen conciencia. No me  imagino a una autoridad que no sea sensible al sufrimiento de los hermanos, y que no estén a favor de que ellos tengan lo básico para poder vivir. A las autoridades que vienen de Santiago les cuesta más darse cuenta de esta dificultad, pero las locales sí toman en cuenta las problemáticas.

¿Cuál ha sido el trabajo que ha realizado la iglesia local con los inmigrantes?

Es difícil, pero es una parte ineludible del Evangelio. Nosotros adquirimos una casa para poder recibir a mujeres que estaban en peligro de caer en mafias y les damos asesoramiento durante una semana para que puedan legalizar su estadía en Chile. Una vez que lo hacen, intentamos ayudarlas a encontrar trabajo, eso es lo más visible. Hay religiosas que están trabajando en la casa de acogida con ellas, nosotros estamos en la predicación y les recordamos que somos hermanos. Muchos de ellos son más cercanos a su iglesia que nosotros mismos, de hecho nos aumentó el número de católicos por ellos. Vienen con su fe, sus costumbres, y nos han  hecho participe de eso.

Cuando llegué acá hablamos con las autoridades para solucionar el problema de las largas filas que extranjeros debían hacer en la madrugada esperando atención en la Gobernación. Esa vez fuimos escuchados, pero ahora de nuevo tienen ese problema los extranjeros.

Hacemos catequesis en una parroquia y de 10 niños que había, 9 eran extranjeros. Ellos han venido a tomar trabajos sencillos y nosotros como chilenos debemos hacer un examen de conciencia de cómo valoramos Chile y lo que aportamos a nuestro país. Es una nación que funciona, existe un orden y cosas buenas. Hay muchas cosas que tenemos que cambiar, pero otras que hemos adquiridos como país y que son muy buenas.

Como chileno debemos cuidar el país y que la gente que llegue vea un pueblo trabajador, honrado, respetado, y que a la vez, recibamos los valores  que trae la gente de afuera. Hay gente que no quiere a los extranjeros, pero nosotros debemos dar el ejemplo de ser acogedores. Más allá de los asuntos económicos tenemos que ver cómo aportan a la fe, rescatarlo y hacerlo nuestro.

 

¿Cuál cree usted que debe ser la labor del Instituto de Políticas Públicas de la UCN?

Debe detectar preguntas importantes de la sociedad antofagastina, por ejemplo en economía o los valores propios del pueblo chileno y ver una alternancia con la sociedad. Creo que debe estar atento   a las grandes interrogantes de la comunidad, organizar una respuesta y mostrar los posibles caminos que darían solución a los problemas.

Tiene que  ser una antena muy sensible de lo que va pasando en la sociedad e iluminar a nuestros dirigentes estudiantiles y sociales, y a los profesionales, de manera de  entregar una luz para mostrar el camino. Debe estar muy abierto para saber qué preocupa a la sociedad.

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